By Carlos Freyre

Viajar a la capital del antiguo Imperio Persa siempre fue un sueño. Poder hacerlo en moto desde Armenia fue posible gracias a mi amigo Miquel Silvestre, que me facilitó el viaje prestándome a La Gorda, su inseparable compañera de aventuras. Juntos —ella y yo— recorrimos en solitario las carreteras de Irán, en una ruta inolvidable por la historia, el desierto y la hospitalidad persa. 

Frontera de Norduz – Tabriz 

La aventura comienza en la frontera de Norduz, tras cruzar desde Armenia. El paso fronterizo siempre genera cierta tensión: papeleo, incertidumbre, demoras. Sin embargo, todo se resuelve en apenas dos horas. Ya en Irán, sigo el curso del río Aras, que marca la frontera natural con Armenia y Najicheván. La carretera serpentea entre montañas en una ruta sorprendentemente tranquila, a pesar de su carácter comercial. Paso por Jolfa, un enclave fronterizo animado por la actividad, y continúo hacia el sur hasta llegar a Tabriz. Allí empieza de verdad el viaje. Recorro la ciudad y comienzo a absorber la autenticidad de un país que, desde el primer día, se revela tan hospitalario como inesperado. 

Tabriz – Lago Urmia – Mahabad 

Dejo Tabriz temprano y me dirijo a Kandovan, un pueblo excavado en la roca que recuerda a Capadocia, con sus chimeneas de hadas y casas trogloditas. Tras la visita, regreso a la carretera y me dirijo al lago salado de Urmia. El paisaje es hipnótico: la sequedad de la época del año deja al descubierto grandes extensiones blancas y un puente interminable conecta ambos extremos del lago. Por la tarde llego a Mahabad, antigua capital del efímero Kurdistán iraní. Aquí comienza mi ruta por las montañas kurdas, donde se entrelazan la historia, la cultura y la resistencia. 

Mahabad – Uraman Takht 

Parto hacia el corazón montañoso del Kurdistán iraní por carreteras secundarias que atraviesan paisajes agrestes y de una belleza salvaje. El trayecto se convierte en una travesía inolvidable: puertos de montaña sin barreras, curvas infinitas y un entorno que remite a otros viajes, otras latitudes. Paso el día recorriendo estas rutas hasta que cae la noche. Ya en Uraman Takht, ceno en un restaurante local donde, como en la mayoría del viaje, el idioma no es barrera: la comida, las miradas y las sonrisas bastan para comunicarse. Una velada cálida, auténtica, imposible de olvidar. 

Uraman Takht – Kermanshah 

La ruta me lleva de nuevo por los puertos de montaña, esta vez al amanecer. El mismo camino parece distinto bajo otra luz, otra atmósfera. Las montañas se suceden hasta que empiezo a descender hacia los valles. A mi derecha se alzan los Zagros, imponentes y nevados, compañeros de viaje hacia el sur. Llego a Kermanshah por la tarde y me dirijo directamente a Beistún. Las inscripciones, talladas en un acantilado, son un testimonio histórico comparable a la Piedra de Rosetta. Más cerca de la ciudad visito Taq-e Bostan, donde los bajorrelieves en piedra cobran vida al caer la noche, iluminados junto a un lago sereno. El pasado persa resplandece ante mis ojos. 

Kermanshah – Isfahan 

A primera hora salgo rumbo a Isfahan. El clima cambia: el calor se intensifica y el paisaje se vuelve cada vez más árido. Atravesando planicies y montañas, me cruzo con decenas de pick-ups azules que recorren el país entero. Llego a Isfahan de noche, agotado, y decido quedarme dos días para saborearla con calma. La ciudad me atrapa de inmediato: visito la plaza Naqsh-e Jahan, el bazar, los puentes que cruzan el Zayandeh. De día, todo vibra; de noche, reina la oscuridad. Pero en esa penumbra hay familias cenando sobre la hierba, parejas que pasean, niños que juegan. En Europa, esa oscuridad sugeriría peligro. En Irán, es seguridad. Y vida. Me siento realmente cómodo aquí. 

Isfahan – Shiraz 

Amanecer y carretera. El desierto gana terreno y busco rutas secundarias para saborear el entorno. Un cartel señala la distancia a Persépolis. Me detengo para fotografiarlo, junto a mi moto, la verdadera protagonista de esta historia. Llego a Shiraz por la tarde y me lanzo a explorar. Recorro sus jardines, saboreo el ambiente cosmopolita, y contemplo el atardecer desde la Puerta del Corán. Ceno en un local con alma persa y estética europea. Shiraz respira cultura y modernidad, y se convierte en una de las ciudades que más me atrapan del viaje. 

Shiraz – Pasargada – Persépolis 

Salgo temprano hacia Pasargada. El calor es asfixiante, pero el lugar lo compensa. Visito la tumba de Ciro el Grande, austera y poderosa. Luego me dirijo a Naqsh-e Rostam, donde los relieves tallados en roca narran la historia de los reyes aqueménidas. Por la tarde, accedo a Persépolis. La decisión de visitarla a última hora es acertada: la ciudad está casi vacía. Recorro escalinatas, relieves, columnas inmensas. Cada rincón cuenta una historia milenaria. Estoy en la capital de Jerjes, el rey que derrotó a Leónidas en las Termópilas. Estoy en la ciudad que Alejandro arrasó. Me despiden al anochecer. La luz cálida del sol tiñe de oro las ruinas. Me esfuerzo por retenerlo todo: los sonidos, el silencio, la emoción. 

Persépolis – Yazd 

La jornada transcurre entre desiertos. Cientos de kilómetros de soledad y belleza. Yazd emerge entre dos grandes desiertos: Dasht-e Lut y Dasht-e Kavir. Visito las Torres del Silencio, vestigios del rito funerario zoroastra. Paseo entre sus calles de adobe, admiro los badgir (captadores de viento) y exploro un bazar pequeño pero encantador. Yazd se presenta como una ciudad tradicional pero acogedora, donde el turismo local le da un aire animado. 

Yazd – Kashan 

El camino hacia Kashan es largo y monótono, con paisajes desérticos que se repiten. Pero las transiciones también forman parte del viaje. En Kashan me sorprende el ambiente: más conservador, más religioso. Aquí no se ven mujeres sin velo, y las jóvenes visten completamente de negro. A pesar de eso, la ciudad es fascinante. Recorro antiguas casas de comerciantes del siglo XIX, testigos de la riqueza de otros tiempos. Kashan tiene alma, aunque no siempre sea fácil de ver. 

Kashan – Soltaniyeh 

Hoy me dirijo a Soltaniyeh, antigua capital del Ilkhanato mongol. Me detengo primero en Dashkasan, en el llamado “Templo del Dragón”, donde unas esculturas talladas en roca recuerdan a la iconografía china. En medio de las montañas iraníes, los dragones sorprenden, pero todo encaja cuando uno recuerda la historia mongola de la región. En Soltaniyeh, visito la gran cúpula de ladrillo, que en su momento fue la tercera más grande del mundo. Estaba destinada a albergar los restos de un imán sagrado, pero el plan nunca se concretó. Al no haber alojamiento, ceno con una familia local. La experiencia es genuina, cálida, inolvidable. Y desde su casa, contemplo el atardecer sobre la cúpula. 

Soltaniyeh – Tabriz 

El viaje se encamina a su fin. Vuelvo a conducir largas distancias en solitario, cruzándome con controles de carretera y radares portátiles. Me lo tomo con calma, cuidando la moto y saboreando los últimos kilómetros. Llego a Tabriz y me instalo en el mismo hotel de la ida. Recorro de nuevo la ciudad, que ahora se siente más familiar. Vuelvo al bazar, a los puestos de fruta, a la comida callejera. Tabriz ya no es sorpresa, pero sí recuerdo. Y ese recuerdo sabe a despedida. 

Tabriz – Frontera de Norduz 

Última etapa. Vuelvo a la frontera, donde ya sé cómo funciona todo. Cruzo en poco más de dos horas. Ya en territorio armenio, me detengo junto al cartel que señala el camino hacia Irán. Miro atrás. Me doy cuenta de que me voy… pero también sé que volveré. Porque Persia se queda dentro, y llama. Y yo, sin duda, responderé. 

Rutómetro

Itinerario

Norduz – Tabriz – MahabadUraman Takht – Kermanshah – Isfahan – Shiraz – Persépolis – Yazd – KashanSoltaniyeh – Tabriz – Norduz

  • Ruta total:  4.000 km 
  • Época recomendada: Primavera – Otoño

Puntos de interés:

  • Lago Urmia
  • Uraman Takht
  • Inscripción de Behistún
  • Isfahan
  • Shiraz
  • Pasagarda
  • Naqsh-e Rostam
  • Persépolis
  • Yazd
  • Kashan
  • Dashkasan Temple
  • Soltaniyeh
  • Tabriz 
  • Kandovan